No quepo, ni en la urna ni en mi asombro.
Prometime no acontecer con un manuscrito hiriente como el pretérito pero la negatividad inunda Sevilla; lo oscuro brilla sobre la propia luz blanca.
Atrás, muy atrás, superlativamente atrás quedaron los momentos en que pensábamos que todo se hacía mirando a Dios, queriendo a Dios, sintiendo a Dios. Por y para Él y su bendita Madre. Craso error.
Una vez más, el enchaquetado cofrade que rige y dirige los hilos en cada casa cofrade, que no de hermandad, demuestra su cerrada de ojuelos, su vacío personal y su falso cristianismo.
¿Peleas, batallas en un campo por donde debería primar la bondad sobre la maldad, la humildad sobre lo vanidoso y donde todos éramos -sois- iguales ante los ojos de Dios? Eso acontece en nuestras -vuestras- hermandades y a este Rey Santo se le antoja de imposible el carácter modificador de la totalidad de lo que acontece en Sevilla.
La Madrugá respira como respira, el Sábado Santo ha dejado retratado al centenar por centenar de dirigentes y lo penúltimo que ha acontecido con las agrupaciones culturales de tintes religiosos en las que se han convertido las “Hermandades” que pisan Bendita y santa callejuela sevillana, desata mis últimos alientos de desesperación.
Derechos, muy derechos adquiridos, cuchillos interdentales y manifestaciones ateas. Sí, ateas.
Y entre todo, un Consejo desaconsejado que aconseja que incluso ordena en su propio desorden para no perder la mamela.
¿Cuántas arrobas de caspa caben en Sevilla? Sí, certeza plena, en esta Sevilla de segunda mano, sin criterio y donde una terna de pseudo entendidos en una materia que desconocen controlan el cotarro, la caspa en los hombros, los zapatos relucientes y las manchas de aceite de pescaito frito son índices de lo que vivimos.
Ocurrirá la desgraciada situación, aquende lo leyeron primigenia mente y la cohorte echará sus manos a la sesera y entonces, solamente entonces, y tras echarse “los muertos” unos a otros tratando de escurrir el bulto, arreglarán lo inevitable, en aras de no cargar con el mochuelo.
Pena, sigo y no quiero, sintiendo pena por ti, Sevilla. Hermanos se llaman… ¡y Cristianos!