Una centuria, minutaje al alza, minutaje por defecto. El Cerro, el barrio del siglo XX con aires de preterito, de casa vecinos de pasarlas canutas, de humildad, de currantes en camiseta de tirantes, de abuelas remangás dando su vida cuál Pelícano por sacar adelante a sus hijos, a sus nietos y algún vecino.
El Cerro, barrio de barrios, barrio de Dolores, y también de desemparo, de abandono, de cómo ya versó este Rey Santo, de mucha humildad siempre con la cruz a cuestas del que nada tiene y con nada de apaña, pero sobre todo de Dolor, de Dolores. Y lo sacan bajo palio.
Siete en punto de la tarde en el barrio, porque las tardes fuera de él van a otro ritmo, con otra medida temporal, y sale una plateada cruz del guía marchando y marcando el compás del tiempo cual reloj de arena que se acompasa con el venidero rachear costalero de una cuadrilla entregada al pueblo, al barrio, al Cerro.
Horas esperando y de chaqueta sólo el cortejo…
¿No huele a Martes Santo? ¡Y tanto!
Nardos esquineros para una tarde de martes, perdón, de sábado de septiembre en el barrio.
Itinerario memorizado, calles engalanadas con sus mejores cuatro trapos y una alfombra: SALVE REINA Y MADRE DEL CERRO.
Pasado, todo el presente y mucho futuro. Todo eso es Ella para el Barrio, luz, faro, guía y norte del norte.
Correteaban días de 1922 cuando se compró la primera parcela del barrio que conocemos y sentimos, como así detalla la propia Hermandad.
De todo lo demás, ya se pueden imaginar si no asistieron y degustar y paladear a estas horas del domingo resacoso de Dolores en su barrio.
No caben palabras cuando versa el corazón de tantos y tantos que se cuentan por cientos, por miles de almas.
A sus pies, Madre de los Dolores. Y que suene “Coronación”.