La tarde del 16 de mayo me encontraba dando una vuelta por la calle San Jacinto, haciendo una ruta organizada por Factoría Cultural y Engranajes Culturales sobre la comunidad gitana que ha vivido en Triana durante muchos siglos y que fue expulsada del barrio hacia la periferia Sureste.
En un momento dado, la explicación fue interrumpida por el paso de una Cruz de Mayo hecha por niños acompañados de sus padres, y yo, cualquier evento cofrade que se desarrolle por la calle, me veo en la obligación de tener que plasmarlo en mi cuaderno.
Me recordó a cuando una tarde perdida allá en los 90’s tras jugar un partido de fútbol en el ‘parquesito’ de Pedro Salvador, el barrio donde crecí y donde sigo viviendo actualmente, nos encontramos una mesa camilla junto a unos contenedores y jugamos a que era un paso, aunque no tuviese ni cruz ni nada por encima.
El ‘pasito’ que vi en Triana sí que tenía nivel, aunque contase solo con dos costaleros, pero tenía un altavoz con marchas, otro niño llevaba una cruz de guía y varios padres portaban pequeños cirios. Lo que me llamó la atención fue, que en un descanso pude ver quién hacía el papel de capataz, en el momento en que pararon a mi altura, era una niña. Eso me hizo pensar la de veces que he visto procesiones por la calle y en ningún momento creo recordar haber visto ninguna capataz, ni en viacrucis, vísperas, Semana Santa, Glorias, ni Corpus, o que quizás haya podido haber alguna pero lo desconozco.
Con esto solo quiero decir que ojalá no haya sido algo puntual y en un futuro veamos más, al igual que ya vemos mujeres que participan en las comitivas, tanto si llevan capirote como si no, así como acólitas, pertigueras o aguadoras, y que no encuentren tantos escollos como las costaleras que siguen desaparecidas de la capital hispalense.