Con la tristeza resguardada, conseguida ante tanta felicidad vivida pero con la lagrimita así borde de rebosar. Ojuelos inundados, fuegos artificiales que iluminaban el reino de la luz y que se apagaron dando paso a una normalidad para nada normal. Sevilla es así.
Aún así, la intensidad primaveral sempiternamente provoca roturas múltiples en los corazones sevillanos y en la cohorte que ahí lo quiere sentir.
Izo mi voz, Lobera en extremidad, versando, promulgando y exaltando con rotundidad en contra del enemigo de lo injustificable salvo por el atrevimiento superlativo de la inconsciencia y el desconocimiento adheridos a lo breve de unos espíritus que no saben entender, por más patás que se les otorga, la grandeza infinita de lo vivido.
Cuaresma, Septenaria Santa y Feria de Abril. Nada lo puede comparar porque Sevilla no posee ese don. Es inigualable e incomparable en si misma.
Publicidades personales, aplausos instaurados en la envidia y el dolor de sentirse, ser y saberse inferiores, se cerraron las ojivas, se apagó el Portón y aún así, sigue brillando. No sé, llámenla Sevilla.
Fechas no tachadas, marcadas, en el gozo superlativo, en la euforia desmedida, en la sonrisa dibujada, en el clavel reventón. En el vuelo de un volante, en una copa de manzanilla, en el abrazo fraterno, en el beso de una madre, de un abuelo feriante. Sí, el mismo que porta capa de barrio tan cerquita de su devoción, la que le inculcó a tu padre y en herencia, aún en vida, te dejó.
Se acaba la Feria. Se acabó. Que nos quiten lo danzado… y aún nos queda Sevilla en Primavera para apaciguar tremendo vacío y dolor.
No titubeen: si no existiera, habría que crearla como es, a imagen y semejanza del mismísimo Paraíso. Con razón descansó al Séptimo día; Sevilla es así.