Así es este singular y único reino y si ha quedado plasmado en el breve cruce de vocablos con Carlos y este Rey Santo que manuscribe, a través de otro de mis acristalados muros de contención.
En la mañana de ayer, rendimos merecidísimo homenaje eterno con honores a un hombre bueno, un hombre en mayúsculas, un hombre de iglesia para la iglesia de Sevilla y por la nocturnidad, algarabía y jolgorio entre espinas, raspas y ríos de benditos vinos de la tierra.
Las cosas de mi Sevilla, versar, exaltar y jamás concluir…
Este manuscrito debía incluso estar impregnado y manchado de alguna alícuota de una noche única, de esas que solo Sevilla sabe crear y vivir, pero no, la tinta enmudece sobre un paño negro luctuoso.
Carlos, Amigo y Amigo, qué huérfanos nos dejas… La palabra en tu boca era oración, y aunque no tenías gracia para rimar, sonaba a poema con versos endecasílabos dignos del más prolífico ejecutor de la poesía.
Sevilla, has perdido a tu Cardenal, que aunque desde su exilio de merecido descanso, le faltaban instantes para pronunciar tu nombre.
Hábito franciscano que ya descansa en perchas celestiales a la vera de nuestro Padre.
Descansa en Paz, por los siglos de los siglos. Mientras, aquende en Sevilla sempiternamente te recordaremos con superlativos adjetivos.