Por Juanma García.
Los ritmos se aceleran con solo coger la estilográfica y tratar de dejarme llevar por mis propios sentimientos y traducirlos en palabras.
Ya el día anterior se nota en el interior que algo muy grande vamos a vivir y aunque los años pasan, ese gusanillo destroza la serenidad interna del más frío.
La mañana siempre es fría; se duerme poco. La noche anterior pasó entre sueños de aquel pequeño nazareno y papeles, listas y mil cosas en la cabeza. Siempre con el orgullo de ser como bandera.
La mañana imperceptible en el tiempo ha dado paso a tu ritual más personal. Llega la hora de vestirte. Último segundo en el que miras por ti y empiezas a transformarte en muchos, o al menos eso intentas.
Caras familiares, besos, abrazos mientras controlas, supervisas y auxilias a cada uno de esos que hacen que TODO sea posible. Y qué todo…
Ahora los minutos se convierten en segundos que parecen horas que se desvanecen entre capas de merino.
Te acercas a donde todo se hace Verdad, rezas lo que puedes y como te dejan y te pones en sus manos.
Se abren las puertas y ese primer haz de luz te hace rebosar la túnica por lo que viene. Triana espera en sus desvelos al Gitano que colma todas nuestros anhelos y su bendita Madre.
Eternas hileras de almas nazarenas empiezan a inundar la Calle Castilla con el orgullo que solo los que portamos esa túnica sentimos. Indescriptible. Tal vez talibanes de nuestra Fe.
Y nos vamos para Sevilla…
Más de dos décadas portando la vara del cariño y del cuidado de nuestros hermanos para pellizcar un poco de cada uno de sus rezos y hacerlos tuyos, mientras te pierdes en horarios, relojes y alguna llamada telefónica de control para que sus estaciones de penitencia sean muy tuyas y ya, cuando duele todo menos el alma, sentir que tu misión el Viernes Santo se ha consumado al regresar cuando la luz es solo la de Ellos, y cerramos las puertas de su Basílica.
La genética tal vez me haga vivir y sentir cada día del año ‘entre tus tramos’…