A la primigenia decena de la anualidad, gozosos en nuestra totalidad, celebramos la aparición de Juan el Bautista en un joven Jesús, hijo del artesano de la madera, naciendo así el primer sacramento del cristiano.
Nueve fechas del almanaque han caído al solar tras el portón de la cocina.
Nueve fechas cayeron al ostracismo eterno de lo pretérito.
Nueve fechas de una anualidad que ansiosos esperamos sea el de la vacuna.
Mientras, a la décima llamada, escasez de nuevas cofrades, con Filomena acaparando portadas y este Rey Santo meditabundo y con su gracejo cuestionase acerca de la dureza extrema que hubiera soportado el Hijo del Altísimo si hubiera nacido en Madrid en estas datas.
En la fecha en la que gozosos, con vítores y algarabía celebramos la efemérides de la creación de la Casa de Contratación de Indias allá por el vetusto 1503 en el reino, este Rey Santo se aferra con rabia a su pluma estilográfica que a bien han tenido ese trío homónimo de magos en regalarle, par evitar fonemas escritos con linealidad torcida por las bajas sensaciones térmicas de las que acaparan nuestro sentir.
Continuemos pues perfectamente enmascarados, y pulcros en nuestra limpieza manual que el enemigo rondanos. Sean buenos.