A la que me hace latir en la eternidad

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Conjuguen el verbo preterir haciendo alusión sobre aquel caduco 1248; la novedosa data es el plazo actual, calenda en la que este Rey Santo posee la dicha que manuscribir en INRI –gratitud por tal eventualidad- donde principia un pipiolo litigio de Reconquista directo al motor de sensaciones de la cohorte de vasallos del Reino.

Cual apergaminada presentación, birome en mano, este Rey y Santo promulgará exaltación de cuantificadas anécdotas, vivencias, hazañas en sus noches de bohemia por las callejuelas del reino pero no titubeará en desenvainar a Lobera y elevar al nivel de sobreexcitación la terna de veracidades ante lo que acontezca.

Como Real y Santo, Fernando comparece como ese juez mediador y partición, pero permítanle a este que se personaliza ante todos, que la bonhomía la pueda sustituir puntualmente, por alicuota de prepotencia –bella cualificación a la cual algunos nunca alcanzarán a dominar- y una pizca de arrogancia otorgada por el transcurrir de las centurias vividas y recordar aquello que promulgaron en forma de ondas melódicas las cuerdas impregnadas en cianuro del autor: el diablo no es sabio por vetusto sino por diablillo.

Precedentes acaecidos a un lime, parvo o nada queda mas que embolicarme contigo, en ti; que este Rey Santo se sacuda del yugo de La Corona y las chorreras y a lomos de su corcel, galope por la totalidad y cada unicidad de los rincones que te hacen diferente, por tus sentimientos, por tus nocturnidades y esa sonrisa que roza lo incalculable, lo innúmero. Caminar y rozar con levedad e intensidad superlativa de forma conjunta por tus eternas primaveras; gozar por los márgenes de tu arteria capital e imitar al saltimbanqui que de brinco en brinco goza junto a ti, de ti, por ti.

Peripecias de enamorado, embriagado por tus suaves e inconfundibles, diversos y divergentes y convergentes aromas a hembra, que emplea su sazón en congraciarse y reconquistar, a cada porción temporal, a esa idolatrada y mitificada musa que lo guía por los senderos de los más profundo anhelos jamás cantados en romancero y que este Rey Santo tratará de enumerar según fluyan por sus terminaciones nerviosas.

Poco más que versarle al amor de mi eternidad. Os la presento encandilado: Sevilla.

Post scriptum: de lo último descosido por mis belfos, ni un vocablo a mi Beatriz que no veáis cómo se las gasta y me fustiga en la urna oteando a la pared.

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