Mientras los días se acortan

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Yo, Fernando, Rey y Santo por gracia del Altísimo y su Bendita Madre en la contemplación de la batalla lumínica donde la nocturnidad comienza a ganarle minutos al Sol, despídote, verano, con nobleza y reverencia, pues cumplida ha sido tu misión de colmar la tierra de frutos, de ensanchar los días con luz generosa y de ofrecer al pueblo reposo en sus faenas. Tus aires ardientes y la cercanía a las temperaturas infernales y tus claros cielos, fueron como dádiva divina que avivó el ánimo y fortaleció el espíritu.

Mas ya se retira tu presencia, cual huésped que se despide sin estrépito, dejando tras de sí memoria de calores, juegos y holganza.

Saludo, con esperanza serena, al mes de septiembre, umbral de la disciplina y del orden. Con su llegada tornan los infantes del reino a los estudios, a las aulas que deben nutrir de ciencia y virtud. Ríase de nuevo la vida en el clamor de las escuelas, y apréndanse las letras que cimentan reinos y fortifican corazones.

Los días, que en verano se dilataban en exceso, comienzan ahora a templarse en justa medida: la luz se acorta con prudencia, invitando al recogimiento, mas sin negar el resplandor suficiente para que florezca la labor cotidiana.

Recibid, pues, hombres y mujeres de mi tierra, súbditos anhelados y amados todos, esta estación nueva no con tristeza por lo que se despide, sino con gratitud por lo que se abre. Sea septiembre inicio de orden y esperanza, escuela de paciencia y preludio de la cosecha.

Y sempiternamente, sean felices.

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