En el Nombre del Altísimo,
Por la gracia divina, este Rey Santo que manuscribe saluda a los amados súbditos de esta Muy Noble y Muy Mariana ciudad.
Con gran gozo y fervor, os hago conocedores de que el tiempo de espera, esa sagrada vigilia que el Adviento representa, está a punto de culminar. Se acerca el día en que la Luz del mundo, el Salvador, ha de venir a nosotros. La Natividad del Niño Dios, promesa cumplida y esperanza eterna, está ya a escasas jornadas.
Que este mensaje avive en vuestros corazones la llama de la fe y la virtud. Preparad vuestras almas con confesión, oración y obras de caridad, para recibir al Redentor con pureza y alegría. Que no haya rincón en el reino que no celebre este misterio santo con cánticos y alabanzas. ¡Que repiquen castañuelas al compás de nuestros villancicos más tradicionales!
Mandamos, asimismo, que en cada parroquia de este reino se eleven preces en agradecimiento al Altísimo, y que los humildes y menesterosos reciban consuelo y sustento, pues en ellos habita el reflejo del divino infante que está por venir.
Como protector de esta tierra que el Cielo nos ha encomendado, y desde mi acristalado aposento catedralicio os exhorto a vivir estos días con la paz y el recogimiento propios de tan solemne acontecimiento y a convivir con esos prójimos más próximos, consanguíneos o no con los que la sonrisa se dibuja en tonalidades enumeradas por miles. Que la estrella que guió a los magos ilumine también nuestro camino, y que el nacimiento de Cristo, Hijo del Altísimo, bendiga este reino con prosperidad y unidad.
Sean superlativamente felices pues os eventualidad así lo requiere.
