A los dulces y tiernos infantes que en el reino de Sevilla moráis,
Por gracia del Altísimo y en esta muy noble tierra de Dios, manuscribe este Rey Santo con el corazón henchido de fervor y esperanza. Sabed, pequeños de miradas puras y almas sin mancilla, que hoy comienza la temporalidad del Adviento, un sendero de luz -como la Avenida de la Constitución pero más largo- que nos conduce al alba gloriosa del nacimiento del Redentor, Hijo del Altísimo, fruto de las entrañas gloriosas de su Bendita Madre.
El Adviento es aurora que anuncia el día, cual alícuota acuosa de rocío que besa los campos tras la noche. Es tiempo de aguardar, de espera, de recogimiento y de preparación, aunque las calles estén iluminadas a destajo y el humo de los peroles de los castañeros provoquen necesidad.
“¡Venid y estad alerta!”, versa la voz de los profetas, vocablos que retumban contra las paredes de la historia, resonando en los siglos. En este tiempo santo, hemos de limpiar nuestras almas de toda sombra y adornarlas con la virtud.
NOTA: he manuscrito con la virtud, no con los cánticos a destiempo de excelsos artistas del reino fenicio vecino, ni con guirnaldas luminosas cuyos reflejos se cuelan por recónditos y minúsculos entresijos espaciales catedralicios no permitiendo el sueño anhelado de Cristóbal.
Otead cómo en estas datas, los campanarios son fuente musical, las campanas tañen con dulce gravedad, llamándonos a recordar que en un rincón terrenal, en la más humilde de las moradas, habrá de nacer el Rey de Reyes, Majestad. Otead en vuestras propias manos y corazones el lugar donde Él quiere morar: no en palacios, sino en la pureza y la bondad.
Adviento significa espera, pero no una espera vana, sino una plena de promesas por llegar. En cada estrella que brilla en el cielo nocturno, recordad la estrella de Belén, que guía los pasos de quienes buscan al Salvador: los Tres Reyes Magos, trio real y mágico que portarán ilusión en su totalidad en mensualidad venidera, tras el Alumbramiento ansiado, postrando sus riquezas ante el Hijo recién nacido del Altísimo, Cachorro de Dios.
Preparad, vuestros villancicos con cariño e ilusión, olvidad cancionero vacío y juvenil y dibujad vuestras sonrisas Y cuando llegue la Noche Buena, mirad con ojos nuevos al Niño Jesús, que por amor desciende de los cielos para morar entre nosotros.
“Non habed miedo, hijos míos,” os digo en el habla de nuestros abuelos. “Pues quien espera en Dios jamás será defraudado.”
Se acerca lo que se viene, y no os promulgo acerca de la Salida multitudinaria a la que mucho denominan Magna y que dejará euros por cientos de miles en el reino, tantos, como abejas en un enjambre y tampoco refierome a la masa de espectadores que se asume sin titubeo y sin nada pavor.
Aquello será otro villancico por cantar. Mientras, sean felices en este primer Domingo de Adviento.
