Domingo de…

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Domingo de…

… lluvia.
… dolor.
… angustia.
… cielos encapotados.
… vientos huracanados.
… pronósticos llamando a la tragedia.
… pena

Llámenle como gusten o como el corazón roto les permita. Sí, es Domingo de Ramos pero los augurios meteorológicos vaticinan más oscuridad que luz, brillo, color y alegría. Muchas más lágrimas que sonrisas.

¡Arránquenme esta pena que me devora!

Perdonen pues, mis muy anhelados sevillanos pero este Rey Santo se haya instaurado en la congoja de un percal demasiado hostil para el disfrute. De nada valen los actos íntimos, intimistas y de muros hacia dentro. Sevilla necesita mostrar su fe cestita en mano, con la cabeza cónica o bien bajo un paso portando a María y su Bendito Hijo como nunca nadie soñó hacerlo.

Lienzos jamás pintados en otros tiempos, paleta interminable de color que hoy se tiñen en negros y escala de grises oscuros muy negros.

Hoy deberíamos estrenar chorreras, calzado para estos pinreles y sin cabida a la dubitativa sentencia errónea, mostrar esa curva que inunda nuestros rostros y que solo el sevillano sabe entender cómo sonrisa de Domingo de Ramos.

No pretendo alarmar a nadie, ¡el Altísimo me libre!, pero los gozos mantienen sus constantes vitales porque un corazón sevillano siempre late diferente, a pesar de la mirada al cielo que acaba de ocurrir entre pasajes catedralicios.

La lluvia es tan menesterosa como escasa y debe recibirse con agrado allá en su aparición, pero “miarma toa”, ¿no tienes otro momento?

Si este Rey Santo se detiene a la reflexión, quizás sean llamadas de atención porque nada es casual cuando hablamos de Dios. Pero estas reflexiones vendrán a posteriori, en un futuro cercano. A la data presente no.

Intenten ser felices entre este mar de lágrimas, despreciable frente al frente y a la cuantiosa dosis acuosa que se predice.

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