La vergüenza de antaño se presumía olvidada. Lo estaba. Supuestamente.
Este Rey Santo poseen aves rapaces por doquier y le han hecho llegar la pregunta de un susodicho periodista cofrade, cuestionando al técnico que comanda los designios de la nave blanca y bermeja del balompié del reino acerca de en qué advocación dejaría los deberes futbolísticos en su mano. Aquende detuve la nueva audiovisual pues no daba pábulo al suceso acaecido.
¿En pleno Segundo milenio post llegada del Hijo del Altísimo siguen algunos personajes implorando la ayuda a Dios para menesteres tan vanales?
¿Acaso ese supuesto buen cofrade no sabe aquello no “No versarás el nombre de Dios en vano”? Qué sabrán de Dios si solo se interesan por las cofradías y el chim pum chim pun acompasado y un baile que en algunas ocasiones roza el esperpento por lo llamativo e innecesario.
Asum el error este Rey Santo al pegar sosegadamente que la estampita y sus innumerables ósculos ya eran cosa rancia del pasado y de alumnos como método anti estrés.
Pues no, parece ser que seguimos rodeados de energúmenos que confunden el tocino con la celeridad. Así viste Sevilla, capaz de permitir la llegada de populacho externo sin conocimiento pero con sonrisa infinita y pleno de buenas intenciones (para él) y gozar del beneplácito de aplaudidores rebosantes de solapas y hombreras casposas.
¡Dejen a Dios en paz! Y visiten sus templos para orar y no para ararse un porvenir a toda costa.
Post scriptum: la primavera está temprana y sus indicios emocionan a este que manuscribe. Gócenla.