Deambulando por los mares en su máxima expresividad de la profundidad y retrocediendo centurias anuales acontece en mi cerebelo aquella fecha en la que el ingenioso y la par locuaz caballero de alargada estampa y más aún ensombrecida imagen grisácea cobra vitalidad plena en aquellos confines áridos donde trasciende su vida, sus aventuras y desvaríos fielmente acompañado y aconsejado tanto como sufrido.
Imaginen; un elegante, apuesto caballero incomprendido al que todos le toleran su locura con mayor o menor rigor, cabalga a lomos de su corcel batallando y guerreando contra los más insospechados enemigos y entre medias un amor, uno de esos amores imposibles por perfectos que le arrasa los pensamientos…
Pues bien, perdonen osadía de este Rey Santo que manuscribe pero todo me lleva a ti, la totalidad de sendas, verdad y callejuelas desembocan en el paraíso jamás soñado ni por el más loco de los personajes. Y permítanme que todo confluya en Ella, certeza plena, en mayúsculas, porque jamás hubo fémina con sus dones, su arraigo, belleza, elegancia y multitud de características tan hermosas como lo es ella y jamás existirá amor más puro y verdadero capaz de ser motor inagotable que lleve a alcanzar cotas tan insospechadas.
Permítame que me adentro en las aventuras del Ingenioso Don Quijote, agarre su protagonismo para explicar mi amor y la capacidad absoluta de conquista cuando allá por 1248 alcancé a poseer las llaves de Sevilla.
