A cuentas con… 50 días

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«A esta es»…

Buenos días, tardes o noches. 50 días quedan, hoy sábado 6 de febrero quedan 50 días para que llegue el Domingo de Ramos. Las cifras de la  pandemia son las que son y el cofrade sevillano se prepara para vivir la  Cuaresma y la propia Semana Santa de nuevo sin poderla disfrutar y vivir a  pleno rendimiento.

50 días faltan y mañana comienza el septenario de mi Virgen de la  Amargura. Cultos que acabarán con la función principal el próximo día 14 de febrero. Enamorados de Ella y de nuestra hermandad, estaremos allí para renovar nuestros votos como hermanos de la Cruz de Malta y cola blanca sostenida en el brazo. Pero, quedarán 50 días y sabremos que este año tampoco la vestiremos, El ‘Silencio Blanco’ se quedará en solo silencio,  porque las cornetas de la Banda de las Tres Caídas de Triana no resonarán en San Juan de la Palma y los sones de Font de Anta tampoco acompañarán a los graznidos de los pájaros que cayendo la tarde suelen mandar en el centro de la plaza.

50 días para una mañana que no será de nervios, por culpa de esta maldita enfermedad que a tantos nos esta quitando de estar con nosotros, pero hoy quiero hablar de como sería sin ella, de como la viviría sin esas  restricciones, mascarillas, distancias y geles.

50 días para una mañana que, como todas, sí será de nervios, habrá que llegar temprano al centro (todos sabemos lo difícil que es aparcar y hay  que tener un coche para la vuelta tras la estación de penitencia), nervios y  prisas entonces, repasar muy bien todo lo que llevas y que no se olvide nada: sandalias, cinturón, papeleta, medalla… Listos, nos vamos.

Llegamos (no sin dar más vueltas que una peonza para aparcar) a nuestro centro de intendencia, casa de mis padres, calle Pozo de mi infancia y mis correrías juveniles. Allí donde siempre mi primera visión de la Semana Santa eran esos nazarenos con capirote azul turquesa que se dirigían a San Julián, la hermandad a la que a mi madre siempre le hubiera gustado que perteneciera, pero como sabéis queridos lectores a cada cofrade su hermandad le llega de distinta manera y a mí me llegó desde el comienzo de la calle Feria.

Seguiremos con el almuerzo en casa de mis padres, con mis hermanas, sobrinas, cuñados y después a la calle Rubio (no Fray Diego de Cadiz), que es como se le ha llamado siempre, a ver a la Hiniesta llegar a la  plaza del Pumarejo, tras ver a la cofradía vuelta a casa de mis padres para el ritual. Primero las sandalias, después la túnica, el cinturón, colocar bien la  cola, este año sobre el brazo derecho y por último la medalla, capirote no  hace falta voy de penitente.

Ataviado y preparado, nervioso los últimos retoques, papeleta y llaves de casa, el móvil se queda aquí, no hace falta, estoy listo. Reparto besos a mi  madre, mujer e hija, antifaz y me marcho con la sensación de gozo y nervios de todos los años, de camino al templo por el camino más corto.

Cruzo Relator, entro por la calle que lleva su nombre para salir al  Mercado de la calle Feria. La calle está repleta de gente, no hace mucho la  Hiniesta pasó por aquí, la gente se abre a mi paso, la Cruz de Malta me delata,  se escucha tras de mí: “mira, un nazareno de la Amargura”. Por el camino,  otros tantos hermanos se dirigen al templo, pienso: “que maravillosa es la  figura de un nazareno, caminando por la calle”. Dejo atrás el mercado y entro en Palacios Malaver, cruzo la Cruz Verde, la Hiniesta ya entró por Doctor  Letamendi y yo llego a la plaza de los Carros, más gente y cada vez más, algunos de ellos conocidos, pero el ‘Silencio Blanco’ ya me acompaña. En  la estrechez de Feria cuesta andar un poco, la gente me da paso, la figura del  nazareno tiene preferencia esta semana en mi ciudad. Por fin se ve el templo, mucha gente espera ya en las aceras el paso de la cofradía, atasco junto a la reja de la puerta del templo que da a calle Feria. En la pequeña puerta que da acceso no tengo que quitarme el antifaz ya que no tengo capirote, aquí me paran los hermanos de control de la Junta. Tras las comprobaciones de los hermanos encargados de ello de mi papeleta de sitio  y de la correcta colocación de mi túnica, accedo al templo. Son las 6 y poco de la tarde, no tengo reloj, pero la misa de 6 y cuarto aún no ha comenzado.

Comienza la estación de penitencia, la de cada uno, la que se queda para nuestro interior. Quedan 50 días para uno que no será igual, pero ojalá vuelvan pronto los Domingos de Ramos de siempre.

«Bueno, pararse ahí»

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