Este Rey Santo, en su eterna cuarentena allá donde los cristales y las formas rebuscadas conforman una morada magistral, intensificando con pulcritud la normativa necesaria ante la eventualidad pandémica que vivimos, realza la obligatoriedad marcada y exige a la totalidad de súbditos del reino que extremen precauciones, permanezcan en sus hogares y eviten riesgos.
La cima en esta casuística la asciende el virus y parece escalar con extrema facilidad; nuestra batalla, sin armaduras, consiste en empuñar con fiereza la serenidad, el #quédateencasa y abrazar a la lógica hasta las últimas consecuencias. De esta manera, esa cima inevitable, premio de la catástrofe será de menor pendiente, pudiéndose alcanzar en una cuantía temporal menor y así, el pelotón de salud alcanzará la meta victoriosa con el ínfimo número de conflictos posibles.
Para ello, sombras; sombras ante esa luz; sombras ante la calle; sombras en casa.
Para gozar de la luz que cataliza nuestra alegría se requiere de un periodo de sombras, de cirios apagados; rezos profundos, solidaridad y demostración de la amistad en circunstancias especiales.
Atrás queda la ilusión de gozar de nuestras Procesiones, atrás quedan las actividades superfluas y pinten el presente de rabiosa soledad, testigo de nuestros castigos y glorias, primera de nuestros amigos y que viene con nosotros igual que una más.
Para alcanzar nuestra luz natural, alcancemos el convencimiento previo. En nuestras manos está, Sevilla.
Este Rey se queda en la Urna.
