Repatriado a Peleas de Arriba

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Callad y creed, que no verso hoy en metáfora ni me amparo en la chanza fácil del vulgo, sino que afirmo cuanto se ha promulgado por edicto, con palabra regia y verbo sin temblor.

A este Rey Santo lo sacarán de su acristalado y eterno aposento catedralicio. No por descuido ni por profanación, sino por decisión firme, (in)consciente y ejecutada en la penumbra solemne de la madrugada. Mis restos, mi real y santo cuerpito, custodios de centurias y juramentos, abandonarán la Santa Iglesia y Metropolitana Catedral de Sevilla, quedando el templo sin su rey y la ciudad sin su sempiterno centinela.

El destino no fue improvisado ni caprichoso. Seré conducido a Peleas de Arriba, lugar que la tradición más antigua y obstinada reconoce como mi pueblo natal, enclave zamorano donde el tiempo aún camina despacio y la memoria no ha sido vencida por los archivos. Allí regresaré. Allí estuve de infante y allí regresaré, victorioso aunque consternado por el desprecio añejo de quien osa alcanzar la gloria, Lobera en mano, desconocedor de que Ella solo se bate en duelos despiadados si es Fernando quien la iza. Allí seré recibido, no con boato cortesano, sino con la dignidad austera de la tierra que engendra reyes sin saberlo.

En fechas venideras, Sevilla quedará huérfana de Rey Santo y con la caída gramínea del tiempo, olvidará mi ausencia. La Catedral, aunque en pie, quedará incompleta. Las bóvedas resonarán distinto, como si supieran que falta algo más que hueso y madera: falta historia viva. Yo, Fernando, Rey y Santo, por la gracia del Altísimo y su Bendita Madre, mientras tanto, volveré al origen, cerrando un círculo que ni la muerte ni los siglos habían logrado clausurar.

Y afirmo más: desapareceré de la Catedral. No en espíritu, sino en presencia real. Seré ausencia cierta, comprobable, inquietante. El rey no estará. El santo habrá partido y en cada jueves de Corpus Christi, unas andas quedarán vacías y calladas, arrinconadas, pues las décadas caen del almanaque y los infantes crecerán y dejarán de sentir lo que mis ojuelos le transmitían.

Quede este manuscrito como testimonio firme, para quien lo lea hoy, mañana o cuando los hombres ya no distingan entre verdad y crónica.

Porque hay días en los que la historia no se explica: se afirma.

Me marcho a tierras áridas de sevillanía, a kilómetros fríos de mi Reconquistada más bella. Así lo han decidido y mis tropas nada pueden hacer. Abandono Sevilla, aunque el Reino vendrá conmigo, en mi alma, incrustada en el motor que mueve todos mis sentimientos. Te recordaré lozana, te recordaré de cola y de capa, de flamenca, con el sombrero y tu medalla camino de la Aldea. Te recordaré por Navidad iluminada.

Agradecido por todas estas centurias, marcho.

Sean felices y gocen de este 28 de diciembre. Feliz calenda De los Santos Inocentes.

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