Manuscrito sobre la Magnificencia del Gran Derbi de Sevilla

Avatar de Rey San FernandoPublicado por

Redactado a los pies de La Giganta Giralda, Torreón esbelto y finito e infinito símbolo del reino.

En esta urbe hispalense, tan pródiga en glorias antiguas y contemporáneas, se alza un rito secular que, aun sin incensarios ni hornacinas, convoca a las muchedumbres con un fervor casi litúrgico: el Gran Derbi. Esa lid futbolística, que sobre el pasto verde se erige cual campus honoris, enfrenta no solo a veintidós varones —cada uno en legítima pugna por el laurel de la victoria—, sino a dos cosmovisiones sentimentales que, desde siglos recientes, se disputan la egregia soberanía del alma sevillana.

De un lado, el rojo y el blanco del ilustre Sevilla Fútbol Club, enseña que reverbera como ascua encendida en los corazones de sus fieles adalides de la “casta y el coraje”. Del otro, el verde y el blanco del noble Real Betis Balompié, cuyos seguidores, henchidos de un espíritu tan tenaz como jocundo, levantan su estandarte con devoción casi heráldica, aferrados al “manquepierda”

Tres no son meros números en juego, sino tres trofeos invisibles, más preciados que el oro líquido del Guadalquivir: los puntos, que nutren la aritmética de la victoria; el honor, cual virtud cardinal que eleva a los hombres por encima del barro de lo cotidiano; y el orgullo, ese patrimonio incorpóreo que insufla vida a las gentes y engrandece a la ciudad entera.

Porque Sevilla —esta ciudad, Reino de reinos, el cual este Rey Santo posee el honor de haber reconquistado y elevado a su dignidad perpetua— no solo vibra; retumba, resuena, se exalta. Sus calles se tornan palcos; sus balcones, vigías; y sus voces, un coro multitudinario que celebra, lamenta, ríe, suspira y proclama. Hasta el mismísimo Alcázar parece inclinarse para escuchar la algarabía de sus hijos.

Oh Sevilla mía, augusta, excelsa y majestuosa, que en cada derbi se fragmenta en dos mitades sin perder jamás su unidad esencial: la grandeza. En esa pugna, donde la pelota rueda como esfera del destino, late no solo un encuentro deportivo, sino una epopeya cívica, una ceremonia laica donde la pasión es ley y la ciudad, trono.

Así queda escrito para gloria de Vuestra Majestad y para memoria de las generaciones venideras, que en el Gran Derbi, Sevilla no se divide: se multiplica en fervor, en nobleza y en eternidad.

Deja un comentario