A la Real, Ilustre y Fervorosa Hermandad del Museo

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Oh Sevilla mía, que en tus piedras late la historia y en tus Tirreones espigados yace latente la gloria de las centurias pretéritas, fuiste testigo, una vez más, del paso majestuoso de una Hermandad que no se mide por el tiempo, sino por la eternidad. La Hermandad del Museo, joya histórica de la devoción hispalense, ha vuelto a escribir su nomenclator con letras áureas en la encuadernación inmortal del Reino de Dios y de los hombres.

En su solemne caminar, como los cantes, de ida y vuelta a la Santa y Metropolitana Catedral, hogar eterno de este Rey Santo, templo mayor donde reposan mis reales huesos y donde Sevilla entera encuentra su centro y sentido, la cofradía del Museo no llevó pasos y cirios: llevó una estampa sempiterna con siglos de fe, de arte y de amor por Cristo y su Santísima Madre.

Aquella corporación fundada en el siglo XVI, cuando aún resonaban las campanas de la Reconquista en los corazones, salió a la calle con el excelso decoro que la caracteriza, sabedora que su historia es sagrada y su presente, herencia viva de los que fueron.

¡Qué nobleza la del Cristo de la Expiración, que parece detener el tiempo en el instante mismo del Amor perfecto! Su rostro, faz expirante que exaltó al aire sevillano con la elocuencia delos vocablos silentes del Hombre que asume la consumación de la grandeza del Altísimo. Y con Él, la Virgen de las Aguas, manos cruzadas y rostro agotado por la pena, tan serena como majestuosa, derramó sobre el pueblo su consuelo maternal, bendiciendo con sus lágrimas la memoria de cuatro siglos y medio de fe inquebrantable.

Las calles se hicieron ríos de fervor, los balcones altares, los corazones custodias. Hasta el sol se detuvo en lo alto, reverente, viendo pasar la historia misma envuelta en terciopelo. Y en la Catedral, donde la piedra canta, resonó el eco de los siglos como si el alma de Sevilla entera se arrodillara.

Bendita seas, Hermandad del Museo, por mantener viva la llama que tus mayores encendieron. Que tus próximos siglos sean reflejo de los ya vividos: testimonio de belleza, piedad y servicio a Cristo y a su Madre.

Y que el Altísimo te conceda seguir siendo, en el corazón de Sevilla, Museo de Fe, de Arte y de Amor Eterno.

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