Manuscrito del Día de los Fieles Difuntos

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En el nombre del Altísimo, cuyo soplo ordena las techumbres celestiales y sostiene la esperanza de los mortales, tomo pluma y pergamino en este día señalado, yo, Fernando, Rey y Santo, cuando la Cristiandad entera inclina la cerviz para honrar a los Fieles Difuntos, aquellos que peregrinaron con nosotros y ahora reposan al amparo del Señor.

Sepan cuantos leyeren este manuscrito que no fallece quien deja memoria viva, pues las obras de los justos ascienden como incienso ante el Trono Divino. Así lo aprendí en mis campañas y desvelos, cuando veía partir a nobles caballeros y humildes gentes, iguales todos en la balanza eterna del Creador.

Hoy los recordamos con reverencia:

los padres que nos guiaron, las madres cuyo amor fue manto inquebrantable, los hermanos de sangre y de espíritu, y todos los seres amados que, dejando este valle de lágrimas, marcharon hacia la Corte Celestial, donde no existe llanto ni sombra que oscurezca su semblante.

Sea proclamado, pues, que la muerte no es fin, sino tránsito, y que quienes nos precedieron aguardan en la gloria, como luminarias que no consiente apagar el Altísimo. Allí se elevan sus nombres, inscritos no en mármol que el tiempo devora, sino en el Libro Eterno, donde ninguna mano puede borrar lo que Dios ha consagrado.

Roguemos que su descanso sea perpetuo,que la luz sin ocaso les rodee, y que sus almas, más puras que el cristal del Guadalquivir, intercedan por nosotros ante la Majestad Suprema.

Así lo decreta y firma este Rey Santo, con sello de cruz y de realeza, Lobera en mano, siervo del Señor y rey de Sus pueblos,para honra de los que amamos y perdimos, y para que su memoria permanezca incólume mientras perduren las eras.

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