In memoriam de Sandra y de la totalidad de infantes que sufren en silencio

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En esta Sevilla mía, reino reconquistado que perfuma los cielos con azahares y espejea su alma en las aguas del Guadalquivir, existen también rincones donde la inocencia madura llorando en su suelo, luchando instaurando en el desconsuelo de lo injusto. Son los ámbitos callados donde esos pequeños seres de sonrisa apagada padecen dolores que los hombres no deberían consentir: el desprecio, la enfermedad, la soledad o la cruel incomprensión.

A ti, pequeña Sandra, hija de la pena y del silencio social bochornoso, elevo mis vocablos revestidos de ternura y de gloria. Tu acortada vida fue un suspiro ahogado, callado, arrebatado por el viento amargo, hecho tempestad, del acoso, ese monstruo sin rostro pero con caras, que hiere donde más pura es la carne del alma. Mas no temas ya, niña mía: el Altísimo te ha recogido entre sus manos, y la Esperanza de Triana, que al pasar por los hospitales derramó consuelo sobre los pequeños enfermos, te habrá tomado sempiternamente en su manto de verde caridad.

¡Oh, qué luminosa fue su visita tras la Misión!

Aquellos niños dolientes, silientes, que miraban a la Señora con ojos de súplica y fe, con pañuelos que simulan coronas de bondad, comprendieron lo que muchos olvidan: que el sufrimiento de un inocente tiene el peso de una oración que asciende directa al Cielo. Allí donde Ella posó su mirada, florecieron las lágrimas como lirios.

¡Ay, Sevilla, ciudad de claridades y campanas!

Guarda en tu entraña ese otro rostro que no se muestra en las fiestas, esas faz de realidad cuidada, tratada y medicada, el de tus hijos pequeños que sufren sin culpa. Que tu corazón, tan presto para el gozo, aprenda también a ser refugio.

No permitamos, por mis vocablos encadenados y mi memoria, que el escarnio o la desidia apaguen la risa de un solo niño. Que las escuelas sean catedrales de respeto, y los hogares, altares de ternura. Porque donde un niño sufre, tiembla el Cielo; y donde un niño ríe, renace Sevilla entera en la gracia de Dios.

Así lo ordeno y lo bendigo yo, Rey y Santo, que izará Lobera en busca de justicia y salud.

Aférrense a la felicidad y sean transmisores continuos de la misma.

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