El fervor cofrade en Sevilla

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En el nombre de Altísimo, Señor de cielos y tierras, yo, Fernando, por la gracia del Altísimo Rey y Santo, alzo la pluma en honra de esta muy noble y leal ciudad de Sevilla, donde la fe no duerme ni se aquieta, mas anda siempre como río que nunca cesa.

Grande maravilla es contemplar el paso de los días en esta urbe sacra, pues no hay jornada en que los hijos de esta tierra no se congreguen en devoción. Unas veces la procesión sale a las calles en memoria de sus Santos Titulares, otras se muestra con solemnidad alguna reliquia, y otras con majestad se abren los palacios e templos para dar cobijo a exposición que engrandece el arte sagrado. Pastora Trianera, Aniversario superlativo que ya sigue germinado pétalos de fe en el Dos de Mayo, Palios que se exponen extramuros en tierras europeas con celebérrimo honor y una cuantía de eventualidades que le hacen exaltar ese brillo especial con el que mira el sevillano a golpe de llamador.

El pulso del pueblo, cual tambor que no se apaga, marca compás continuo, redobles que son poemas que se recitan a porfía, y así se oye sempiternamente resonar música de cornetas y tambores, plegarias promulgadas a coro, campanas que alzan su bronce al cielo. Aun cuando acaban las vigilias de Semana Santa, Sevilla no descansa.

Yo digo, con certidumbre de rey y con amor de cristiano, que ningún reino de mis reinos puede compararse a éste, donde la devoción nunca mengua y el pueblo nunca calla, porque siempre vive en lo sagrado.

Y sea Sevilla, por ende, faro de piedad perpetua, espejo de cristiandad e honra de sus cofradías, que con tal constancia e ardor se muestran, que bien parece que en sus calles el tiempo se detiene e el cielo desciende a morar con los hombres.

Lobera en una mano y un calentito en otra les deseo felicidad plena y gozo en su infinitud.

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