Lágrimas cordobesas

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Manuscrito el décimo día de agosto del año del Señor de dos mil veinticinco.

Yo, Fernando, Rey y Santo por la gracia De Dios, y con el corazón embargado por el pesar, me dirijo al Reino y al orbe entero para dar testimonio del luctuoso suceso acaecido en el templo de nuestra Señora, la venerable Mezquita-Catedral de Córdoba, joya insigne de nuestro patrimonio y monumento consagrado por la Humanidad.

En la noche del octavo día de la mensualidad presente, un fuego se encendió en la parte oriental del edificio, en la zona añadida durante la ampliación de Almanzor. Bajo el rugido de las llamas, cedió la techumbre de la capilla de la Anunciación.

Gracias al auxilio diligente de los bomberos, el fuego fue contenido con diligencia, evitando una catástrofe mayor. El monumento, pilar sagrado de la ciudad y patrimonio de siglos, puede aún contemplar su silueta erguida, intacta en su esencia.

No obstante la rapidez en la respuesta, no puedo dejar de lamentar la fragilidad de lo que consideramos imperecedero: cada viga consumida, cada bóveda abatida, supone una herida al alma de nuestra historia. Es menester recordar que nuestros monumentos, al igual que nuestra fe, requieren de la vigilancia constante y del respeto reverente. He ordenado —con la solemnidad del deber que pesa sobre el trono— que se aceleren las labores de restauración, que comprometamos recursos, peritos y voluntad firme para restituir lo perdido con fidelidad a su traza original y al fervor que lo alzó.

Asimismo, convoco a las autoridades del Reino y al Cabildo eclesiástico para que, en mutuo concierto, velen por la preservación de la Mezquita-Catedral, con prudencia y justicia, consciente de su valor inestimable para las generaciones presentes y venideras.

Que este desaliento se transforme en un juramento: no permitiremos que la negligencia manche nuestra memoria colectiva, ni que jamás falte la luz —y el fuego del recuerdo— que preserve viva la promesa de nuestra historia.

Con triste penar anhelo un fervoroso dominical para la totalidad de esa humanidad de bien. Sean felices.

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