En el reino de Sevilla,
al albor de un día sin consuelo,
manuscribe este Rey Santo,
triste entre almenas y recuerdos.
¡Oh Sevilla mía, tan perfumada de nardo y de incienso, tan llena de luz aunque duela la sombra!
No hay lanza ni cruzada ni reconquista que me haya herido más que lo que han visto mis ojuelos regios:
he vuelto mi paso hasta la calle Bécquer,
he doblado mi espíritu como quien dobla rodilla,
he subido la humilde rampa,
he cruzado el cancel,
y he hallado el camarín vacío de alma.
No está Ella. No está mi Macarena.
No está con su brío de alhelí antiguo, no está con sus lágrimas que consuela las nuestras, ni con su leve inclinar de cejas que parecía rezar por todos.
La han restaurado, promulgan.
La han devuelto, exaltan fehacientemente.
Pero yo os digo, con la corona más pesada que nunca: no la veo.
Oteo, la miro y no la hallo.
La contemplo y no me acoge.
Primigéniamente fueron las pestañas.
Después, de nuevo, las pestañas.
¿Y ahora qué me importa si en ellas hay más fibra o menos o si los grados al norte son los mismo que hacia el sur, surcando sus párpados de este a oeste y regresando si no reconozco el temblor de su mirada?
¿Qué malogrado ejército borró esa dulzura que no era de este mundo?
¿Dónde está el suspiro de madre que tenía en la boca?
¿Quién me ha devuelto esta imagen sin su alma?
He peleado por reinos y por altares.
He restaurado templos y sellado pactos.
Mas hoy, no hay restauración que valga.
Hoy, he huido de mi acristalado aposento catedralicio a llorar con el pueblo.
Hoy, me descubro peregrino de una fe que se me escapa entre los dedos como el azahar en enero, como agua entre los dedos, como los segundos en un estado de felicidad.
Hoy, he salido de la Basílica con la frente vencida, porque no la he visto.
Y si no está Ella, ¿quién sostiene esta ciudad de pecadores redimidos?
Por ello manuscribo, con pena y congoja,
que el altar puede estar en su sitio,
que el camarín puede brillar,
pero mientras no vuelva su ternura de siempre,
su mirar de madre,
y su pena antigua que nos salvaba del dolor moderno, los espejos estratégicos no volverán a mostrar el perfil de la Señora y a la par, Niña del Arco y aquende, así, yo, Fernando, Rey y Santo,
seguiré buscando a la que no he encontrado.
Dado en Sevilla,
en el día triste de no haber visto a la Macarena.
