Aguardando al Corpus

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A la Gloria de Dios, Señor de los ejércitos celestiales.

En esta jornada de paz que el Altísimo nos concede, tomando pluma en mano en mi reino —Sevilla, la muy noble, la cristiana, la muy Mariana, la conquistada con fe y ardor— dejo por escrito cuanto el corazón siente al contemplar sus calles, sus plazas y sus almas en los días previos a la bendita procesión del Corpus Christi. Unicidad de esos jueves.

¡Qué maravilla se obra en esta tierra cuando llega la festividad del Cuerpo de Nuestro Señor!

No sólo las campanas alzan su canto al cielo, sino que cada callejuela se transforma en templo y cada rincón se convierte en altar. Los gallardetes ondean desde los balcones como lenguas de júbilo; colores de sangre y oro, de cielo y lirio, hablan sin voz del fervor de este pueblo que abraza la fe con manos llenas y ojos encendidos.

Sevilla, con sus muros ya bautizados en gloria, se engalana no por mandato de rey, sino por impulso del alma. Las alfombras de juncia y romero perfuman el suelo por donde ha de pasar la custodia sagrada, como si el propio suelo quisiera besar los pies del Sacramento. De las ventanas cuelgan paños bordados con cruces, cálices y custodias, y no hay calleja, por estrecha que sea, que no ofrezca su adorno al paso del Señor.

El pueblo, unido como cuerpo de Cristo, canta con voz clara y firme. Los niños, revestidos de blanco, lanzan pétalos como si sembraran bendiciones. Las hermandades, ordenadas con nobleza, marchan con cirios y estandartes, y en sus rostros se ve la serena majestad de quienes creen sin dudar.

Veo en Sevilla, en este Corpus, una Jerusalén terrenal. Y yo, que tomé esta ciudad para Cristo con la cruz por estandarte y la oración por lobera, me inclino ante su piedad viva y su alegría santa. Este día no es sólo procesión; es victoria espiritual. Es testimonio de una ciudad que, purificada por el sacrificio y alumbrada por la fe, se sabe hija del Altísimo.

Quiera Dios que Sevilla no olvide jamás esta luz ni esta gracia. Y que mientras haya campanas y corazones, el Corpus se celebre con el mismo fervor con que hoy lo contemplo. Que así sea.

Sean felices en estas vísperas del Corpus Christi, bajo la custodia del cielo y la paz del alma, allá cuando este Rey Santo será paseado por las callejuelas céntricas del reino.

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