Lenguas de fuego en la Aldea

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En el nombre del Altísimo, Uno y Trino, yo, Fernando, Rey y Santo de Sevilla, Manuscribo que, en esta nocturnidad, lo que mi alma siente al contemplar los misterios de Pentecostés y el fervor del pueblo fiel que aguarda la salida gloriosa de la Virgen del Rocío.

En la quietud de la oración, cuando el incienso asciende como súplica de los humildes y los gallardos, he meditado sobre aquel día en que los apóstoles, temblorosos como ramas al viento, recibieron las lenguas de fuego que el Espíritu Santo envió desde lo alto. No fue llama que abrasa la carne, sino llama que ilumina el alma.

¡Oh lengua santa que no quema sino que da voz a lo eterno!
¡Oh viento divino que sopla donde quiere, y hace de pescadores predicadores del Reino!

Los varones rudos, aquellos que seguían a Cristo, quedaron transformados por el Fuego Divino: hablaron en idiomas que no aprendieron, y Jerusalén entera fue como un solo corazón que latía al ritmo de la Palabra del Dios Verdadero. Allí comenzó la Iglesia, no en los palacios ni en los ejércitos, sino en una sala alta, con María en su Mediación, como madre de los nacidos del Espíritu.

Y así como entonces descendió el Paráclito en forma de fuego, esta noche lo sentimos bajar sobre nuestras tierras de Al-Ándalus redimidas, y sobre el llano de Almonte. Porque cuando sale la Virgen del Rocío, reina entre los pueblos como trono vivo del Espíritu Santo.

La aldea se llena de cantos, de promesas, de guitarras y palmas que no son profanas, sino alabanzas sencillas de los que no aprendieron a rezar en lenguas pretéritas, pero conocen el idioma del amor.
No son lenguas extrañas, pero son lenguas de fuego: el fuego que arde en las entrañas cuando Ella se deja ver en la oscuridad iluminada de su sempiterna ermita y entre las sombras y el alboroto, cuando su blanca figura emerge como luna entre las jaras, cuando el polvo del camino se vuelve incienso porque la Madre ha salido.

¡Oh Espíritu Santo, que en Jerusalén hablaste en griego, en hebreo y en lengua de Partia,
habla esta noche en andaluz!

Habla en el tamboril y en el “¡Viva la Blanca Paloma!”, habla en los ojos de la anciana que llora al verla, habla en el silencio del caballero que la escolta.

Y que nuestras coronas, nuestras espadas y nuestras leyes, se pongan a tus pies, como lo hizo la corona del Rey David ante el Arca de la Alianza.

Porque no hay mayor gloria que seguir el paso de María, ni mayor fuerza que el fuego del Espíritu que ella trae consigo.

Sean felices, extremadamente felices.

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