En el nombre de Dios, Uno y Trino, que reina en los cielos eternamente:
Desde este mi reposo terrenal, en mi acristalado aposento en solar catedralicio, donde yacen mis huesos envueltos en silencio y memoria, alzo mi voz para rendir tributo y pesar por la partida del Santo Padre Francisco, Pastor de Roma y siervo fiel del Altísimo, que hoy, día de Pascua gloriosa, ha sido llamado a la Casa del Señor.
Muchos siglos me separan de su tiempo, y sin embargo, su vida y misión me son claras como agua de fuente. Fue humilde como aquel de Asís cuyo nombre tomó, y valiente en la exaltación de vocablos como los profetas antiguos. A lomos de la cruz, caminó entre los hombres como quien lava los pies a los pobres, y su voz —tierna pero firme— despertó conciencias adormecidas. Con manos viejas y corazón nuevo, sostuvo la barca de Pedro entre tormentas de división y dudas.
Hoy, mientras la Iglesia entera celebra la Resurrección del Salvador, el alma del pontífice ha sido llamada a contemplar el rostro eterno del Altísimo. ¡Qué encuentro glorioso será ese!, cuando el pastor ciego de amor contemple el Paraíso, y los méritos de su fe, más que de sus obras, le sean contados.
Este Rey Santo llora su partida como quien llora a un hermano en la fe. Mi espíritu ora por él, por la Iglesia que deja y por el mundo que tanto amó.
Descanse en la paz del Señor, el Papa Francisco, luz entre los humildes, voz de los márgenes, peregrino de la esperanza.
Desde esta urna acristalada, testigo de siglos y plegarias, yo, Fernando, rey por la gracia de Dios, pido a los cielos por su descanso.
