En la penumbra de una tarde inmóvil, la espera se alzaba como un acto solemne, casi litúrgico. No era la simple detención del tiempo, sino su transformación en una sustancia densa, palpable, como el aroma de un incienso antiguo que impregna los muros de una catedral olvidada que para nada era de esta manera.
Nació el Niño Dios, y tras la llegada de Sus Majestades, mis homónimos magistralmente magos, el reloj, con su inquebrantable latir, no era ya un tirano, sino un testigo mudo de una paciencia que no pedía nada y anhelaba la totalidad. La espera no se alimentaba de ansiedad, sino de una introspección que rozaba lo filosófico, un diálogo silencioso entre el alma y el eco de su destino.
Desde ya, cada instante se convierte en un texto erudito, escrito en un idioma que solo el sevillano comprende. Los rayos de luz que filtraban el ventanal catedralicio trazaban geometrías efímeras sobre las paredes y los pasillos, y en esas formas fluctuantes se leía la fugacidad de las certezas humanas.
La espera no exigía respuestas ni garantías porque sabemos lo que se viene. Su elegancia residd en abrazar lo incierto con la gracia de quien entiende que todo lo que vale la pena está más allá del alcance de la prisa. Es un estado de contemplación absoluta, donde el sevillano sabe que tiene que volver a planchar su costal, a mirar si los bajos de su capa están en orden o si hay que hacerle una nueva al mayor de la morada.
Y entonces, en el corazón mismo llegó la revelación: la espera no era un vacío, sino un espacio pleno, una Sevilla plena, una ofrenda plena en la que el tiempo dejaba de ser enemigo para convertirse en aliado y tal es así que recibe denominación propia: Cuaresma. Así, lo que se aguardaba ya no importaba tanto como el simple hecho de saber esperar a pesar de que lo que se espera en el culmen de todo lo pretérito.
Menesteres lunares nos hacen aguardar más y más pero con la calma tensa del que sabe disfrutar, prepararse y gozar en este tiempo, espera de la gran espera porque en Sevilla el tiempo vuela como una capa del Cerro en mañana de viento curioso.
Se marcharon SSMM y tras Baltasar, lo que ha de llegar.
Sean felices y gocen de esta espera previa a una Cuaresma soñada.
