Maldito fuego no simbólico que arrasas descontrolado, perdiendo la noción de lo sensato y descuidando tanto amor, tantos recios y tanto arte.
Atrevida iniciación, radical en su composición, real en su determinación.
El alma de este Rey Santo se hizo cenizas a la par que Él comenzaba a sentir en su humilde epidermis las sensaciones del calor extremo mientras oteaba secuestrado entre llamas, como las mismas se llevaban tantas y tantas súplicas, tantas y tantas peticiones, tantas y tantas necesidades, confesiones y confianzas.
Entre llamas, la vela se descompuso en lava, río ardiente de rezos menesterosos de desesperación, de ratitos de paz, de abuelas que han envejecido en ese rincón. Mientras, uno de esos inigualables psicólogos de la ciudad quedaba secuestrado en una cárcel involuntaria de llamas.
La dicha, según lenguas de mentideros es que la talla, no ha sufrido grandes desperfectos e infinitamente la prontitud vencerá a la tardanza y volverá a su diván de San Antonio Abad, ansiando medidas de seguridad más coherentes con la temporalidad actual para que los únicos fuegos que se aviven, sean los de la fe.
Sean felices.
