La Rosa de Oro, joya celestial, simbología de distinción espiritual y reverencia, es una de las más antiguas y elegantes tradiciones de la Santa Sede. Desde sus orígenes en el siglo XI, este galardón representa el esplendor de la devoción, fe y virtud cristiana, expresada a través de la belleza simbólica de la rosa.
Esta rosa, en su brillo inmutable y en sus delicados pétalos tallados por las manos de artesanos virtuosos, late el pulso de la fe, esa que florece aún en los jardines más áridos del alma, regada por la esperanza y sostenida por las raíces profundas del amor divino. Su áurea fragancia, evoca la dulzura de la fe y la promesa de vida eterna.
A lo largo de los tiempos, la Rosa de Oro ha sido ofrecida a reyes, reinas, princesas, y más recientemente a santuarios marianos, como Fátima y Lourdes, lugares donde la devoción popular se entrelaza con los misterios de la fe. Su entrega es un acto de profunda diplomacia eclesiástica, en el que se honra la virtud y la lealtad, nombrándolos custodio de una llama imperecedera. Es la invitación a reflejar en el mundo la luz divina, tal como el oro refleja la luz del sol.
Y en Sevilla, su rosa más hermosa, la más mimada por el jardinero elegido de Palacio, la Niña del Arco, la de San Gil, a la que oteas y olvidas tu penar, a Ella, a la que va en su palio de Madrugá llorando por una Sentencia injusta, Francisco en un momento de contemplar lo que trasciende de lo real, le ha otorgado tal galardón.
De Rosa a Rosa, bella y redundante afirmación.
Sevilla está de enhorabuena, que el perfume macareno de la Esperanza inunde los corazones latentes y las almas de todo aquel que le quiera rezar.
Sevilla inicia su curso, se reinicia, una vez más, y la nueva solo hace reforzar el amor a Nuestros Titulares en un abrazo a lo que en su día, nuestros mayores, nos dieron a mamar.
Felicitaciones reales y santas a la Hermandad.
Sean felices.
