Época de penumbra, de cambios de temperatura, de colores grisáceos en las techumbres celestiales del reino y lloviznas tardías y esporádicas que aportan el atrezo ideal para resguardarse, cobijarse en lo más profundo de los salones catedralicios y ver, como cae la lluvia, como caen las hojas, como los días se acortan…
Parece que este tímido otoño le terminó ganando la batalla al verano y hace acto de presencia sin grandes alardes pero sin que las hojas permanezcan en sus ramas. Es tiempo de renovación, es tiempo de reflexión para que las hojas nuevas y las viejas costumbres se restablezcan dejando en el baúl de los olvidados, la totalidad de aquello que nos provocaba zozobras innecesarias.
Sevilla imponente se viste de matices caseros, de ese fresco de la mañana que invita al recubrimiento y a una tarde sombría, y a una nocturnidad temprana donde tratar de respirar a contratiempo.
Es tiempo de recuerdo, de cuentas nuevas, de meditar sobre lo acaecido, de cambios de atuendos, de abrigo y recuerdos al abrigo de la familia.
Noviembre sempiterno de Todos Los Santos, noviembre sempiterno de abrazo al recuerdo de esas hojas que cayeron pero que recogimos y mantenemos eternas en el recuerdo. Porque lo perenne pierde su carácter extraordinario y Sevilla parece un árbol de inagotable sapiencia pero donde lo caducó debe sentir su protagonismo para volver a ilusionar con Salidas nuevas.
Tal ve os verse acerca de unas hojas, tal vez os relate acerca del pasado. No busquen pasos de palio en mi pergamino que está la mañana muy fresca.
Sean felices.
