Sin pensarlo, Sevilla se viste de Primavera precoz, de verano tardío en un otoño infante temeroso y timorato que aún no se atreve a derramar hojas a su paso.
Sevilla de niños en la escuela, de callejuelas simpáticas aún entre meybas y chaquetones, entre sandalia y botas altas donde las primigenias sabanitas cubren nuestros cuerpo al llegar la madrugada en noches de ese su poquito de biruji necesario que se intercala entre septenarias de mediodía a la sombra, puñetas remangadas y chorreras humedecidas.
Y entre tanto y tanto, una vida que vuelve a su punto inicial, nuevamente, preparándose para el regreso a la normalidad, al gran enchaquetaje y correcto encorbataje,
Atrás quedaron definitivamente los atardeceres playeros, las noches de chancla y paseo marítimo reconquistado para dar rienda suelta a tertulias a lomos de una merluza de espino y ríos de cerveza helada donde el costal y un redoble de tambores sempiternamente son protagonistas. Noches de barrio.
Sevilla sin pensarte te dispones a volver a vivir y a sentir y para ello, toca prepararse con festividades al volver en una esquina, entre recuerdos de una revirá sublime, del palio de tu vida.
Otoño que no lo es aún siéndolo, Sevilla en primavera sin serlo y los ciclos que se entrelazan en lo efímero de vivir.
Sean felices.
