Copiosa, superlativa y ansiada lluvia hace de este dominical algo especial; la tinta se diluye, se dispersa en el pergamino confundiendo vocablos y llevando el mimado interlineado a la ínfima distancia.
Con sumo cuidado traza este Rey Santo cada vocal y cada consonante,?abrazadas en la palabra, mientras un pequeño pajarito se posa en el ventanal desde el que contemplo el Palacio Arzobispal y lo grisáceo de la techumbre celestial con el que hoy se ha vestido Sevilla.
Algo me hacía sentir que el pajarito pretendía guiarme y yo, sin titubeos, me dispuse a la aventura, esquivando charcos, -como si estuviera inmerso en El milagro de la piscina- pero con los ojuelos en apertura máxima e igual atención, para no perder detalle de todo lo que acontecía en el volar de mi nuevo amigo mientras oteo la Inmaculada Concepción en todo lo alto.
A punto estuve de caerme al girar la callejuela mientras unas mujeres en la ventana se sonreían entre ellas, al ver el traspiés Real y Santo y mi faz, más blanca que el retrato de Don Justino.
Mi sorpresa aconteció por la pléyade cuasi infinita de infantes que deambulaban felices por el reino, bajo la manta de acuosas lágrimas que nos deparaba la mañana. Tres muchachos en un lado, una muchacha con flores recién cortadas, otros jóvenes niños jugando en un escalón. Otros niños comiendo fruta de una tartera, le arrimaban un racimo de uvas a un joven mendigo. Maravillosa tarea altruista de esos vendedores de fruta.
Prosigue el lento volar del pajarito mientras otro niño le sonríe en la ventana cuando a un tal Don Andrés, se le escapa su perro que termina jugueteando con un muchacho que sonreía en la otra acera.
Sevilla de tiempos pretéritos, niños jugando y sonriendo en las calles. Bendito milagro de la naturaleza. Martirios a un lado, bendita y sagrada la familia que acoge al pajarito en Libertad.
Guijarros que contienen el mejor vino…
Caricias a cualquier animal…
Sevilla bajo el prisma de Bartolomé Esteban Murillo, una Sevilla para dejar en el olvido…
