El verano de las cofradías

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Verano, fracción anual en la que la corbata y, salvo procesión, el pin de la solapa también reposa en la mesilla de noche. Y es que el cofrade, el mundo cofrade también coge vacaciones. En tantas casuística que incluso la fe se toma unos días de asueto justificado en la “caló” y el meyba.

Hoy vengo a referirles acerca de uno de esos jartibles, uno de esos que bebe cerveza solo por recordar anécdotas en las tascas de los barrios en sus mañanas de cofradías. El mismo que compra las mejores aguas del mercado y duda entre el Museo, Font Vella, Font de Anta o el Dos de Mayo.

Este gachón, amistad superlativa de este Rey Santo es el que va fijándose en todo: «compadre, ¿has visto el Patrocinio de los toldos del bar?”

Iglesia que ve, iglesia en la que entra, se santigua pidiendo gracia, esperanza y mucha salud en este tiempo de relax y paz. Solo se le oyen seis o siete palabras de amargura sin consolación cuando no hay botellines fríos en el Federico cuando tiene sed. Así es él.

Va a la playa con el trono plegable, nada de sillita que eso molesta. Se lava las manos antes de almorzar en la palangana de Pilatos acordándose del Jota, rachea las chanclas por el paseo marítimo silbando costalero y en el chiringuito no le traen la cuenta, le arriman la sentencia y si le cobran dos de menos grita victoria mientras se vuelve al apartamento costero a costero. Ojalá solo se quedaran en tres las caídas.

Entre chanzas picantes le dice a su esposa que esta noche le va a hacer el amor abriendo sus brazos y por la mañana acude al puesto de socorro por caridad.

Un poco de humor para el menesteroso descanso festivo de algunos y el capataz que ya va avisando a los demás que en la próxima quincena tendrán su merecido relevo.

Si son de los primigenios, gocen; si les viene en camino, humildad y paciencia sin angustias.

Sean felices.

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